sábado, 15 de junio de 2013

Haz el siguiente experimento…

A la que lances tus pies por el pavimento de tu ciudad o los hagas sortear los filos de las escaleras metálicas del metro, prueba a buscar en los rostros de los demás. El resto de personas que te rodean forman parte de tu entorno de convivencia, sí, productos de idéntico accidente genético. Acepta ya que todos estos ciudadanos son tu equivalentes de contexto diferente.

Ahora, según los vas escrutando, repara en qué comunican. Y a aquellas personas que te transmiten cosas positivas, sonríelas. Y si tienes suerte, ese rostro te devolverá otro gesto de gratitud soberbiamente humano. Entonces, vuelve aquí y cuéntanos lo que has sentido. Lo peor que te puede pasar es que termines sonriendo a los demás y haciendo que tu paseo se convierta en una experiencia más alegre. Y la alternativa es ignorar a todos esos cientos de personas que respiran y piensan a tu alrededor y fingir que son completamente ajenos a tu mundo. Ponerse dos orejeras como si fuésemos caballos, esa, esa es la alternativa, vivir hacia dentro. Y todas esas cosas tan importantes en las que tenemos que pensar, serán tan importantes.

Y del mismo modo, podemos hacer que nuestros movimientos comulguen con el espacio y ser una parte integral de todos los fenómenos vitales que están a nuestro alrededor. Y lógicamente extensible a nuestro círculo… de acuerdo, red de contactos. Compartir algo de esa exclusiva esencia que tan ambiciosamente preservamos para rocíar las narices del resto. Por otra parte, un trabajo que no debemos ver como de exposición, sino como de transmisión y enriquecimiento de la comunicación. El tema que precede a esto debiera ser analizar qué problema debe haber en que haya cuevas dibujadas en nuestros acantilados interiores.

Hoy hablaba con una fantástica persona que no consiguía admitir que sabía cantar. Y, sin embargo, era capaz de decir “me gusta cantar”, “no canto mal” y “canto”. Y pienso que es fundamental que todo el mundo cante y baile. Y la belleza no es la doncella de la técnica, sino que todos tenemos la capacidad de expresarnos, liberarnos y divertirnos. Y lo que a mí me sacude con explosiones de escalofríos y me abre los pulmones y me deshace las contracturas y me perfila la sonrisa y me cierra los ojos, es ver cuando entregamos nuestra alegría y ofrecemos el privilegio de contemplar una energía, única, irremplazable, inimitable e irrepetible.

Así que, nos vemos cantando en los vagones.

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