domingo, 16 de junio de 2013

Custodiando el pueblo sonreía la noche con una sinfonía estelar. Flashes que la tierra concedía en exclusiva sobre la casa para la expectación del momento. Los olores del maquillaje y el champú danzaban abrazados por la habitación hasta que se fugaban por la ventana del balcón, donde seguían su ascensión, embelesados, en la que probablemente sería una de las mejores noches de sus vidas.

Mientras tanto, las paredes del cuarto parecían respirar con una marcha anticipativa, interpretada por toda la orquesta real, al tiempo que un séquito de enanos amenizaba la espera sembrando de pétalos exóticos el parqué, coloreando una mullida alfombra con aquellas fibrillas, que a la presión del tacón de unos zapatos dejaban escapar una esencia que hacía entornar los ojos.

A él le sudaban las manos dentro de los bolsillos, a pesar de haber buscado refugio aquí para librarse del frío. Sus rodillas se impacientaban y, con ellas, el colchón se sacudía. Sus dientes estaban ansiosos por llevarse un pellizco de piel del reverso de los labios de ella. Un reloj de pared parecía estar más bien palmeando a los segundos que llevándoselos con cada ‘tic’. El filo de las uñas de los pies rasgaba con tensión la tela del calcetín contra la plantilla de unos zapatos, que le resultaban extremadamente más rígidos de lo normal. ¡LA PUTA! ¡Ya se despereza el cerrojo! ¡Minitracas de crujidos metálicos! ¡Resortes y mecanismos que se esconden en las arterias de esta puerta! ¡Un giro irrespetuoso con los 90º! ¡Eterno! ¡SILENCIO! ¡Que parece que ha terminado! ¡Y ahora qué! ¡Qué pasa!

Del otro lado, ella termina de lanzarle una furtiva mirada al espejo del cuarto de baño. Y del lado de él, continúa detenido el tiempo. Vacila una pulsación que se le ha quedado atragantada, para no destrozar con una explosión sanguínea la perfecta percepción de la ansiada entrada. Salida del cuarto de baño digamos nosotros, entrada a una nueva fantasía decían ellos.

Se le imponía algo que, a todas luces, le sobrepasaba. Aún, nervio ocular y cerebro no llegaban a ir de la mano. Se le nubló la vista.

Ella sonríe sonrojada con son soñoliento. Es por lo atónito que le encuentra a él. Al tirar las comisuras de la boca de la carne de los labios de ella, comienza a gotear caramelo, formando estalactitas, que al despejarse descubren la que él conoce bien como su pista de patinaje, con reserva en la mesa de siempre, la mejor de todas. De la cabeza comienzan a manarle desbocados, piropos que son como ropa interior para el cuerpo de ella. Pero la torpeza de los movimientos de su mandíbula no hace sino sacudir estas palabras informes en el interior de la boca, haciendo que broten en balbuceos casi inaudibles.

Finalmente, se levanta, se abalanza sobre ella, la abraza, le da las gracias, salen de la mano, él sonríe, sus pies danzan toda la noche por calles llenas de magia en dirección a lugares que aún están por descubrir, bailan juntos, siempre alcanzan estrellas nuevas, lo demás no importa…

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