Hace poco leyendo a Zygmunt Bauman, abstenerse de pensar que dedico mis tiempos muertos a la erudición, ponía un ejemplo muy curioso sobre los nuevos dispositivos de comunicación. El trabajo en el que aparecía es de 2003, pero en el mismo anticipa fenómenos contemporáneos de una manera que, pecando de apocalíptico, me da escalofríos.
El ejemplo, si mal no recuerdo, contextualizado en el boom de la telefonía móvil, era el de una familia sentada a la mesa de un restaurante. La familia charla con tranquilidad y la cordialidad debida al resto de miembros del grupo. La dinámica se interrumpe bruscamente cuando suena el teléfono móvil del padre. Éste se retira levemente y comienza una comunicación distinta que automáticamente rompe el vínculo que le unía al círculo. El resto de la familia continúa comiendo en silencio mientras el padre atiende a sus redes de negocio. Cuando finalmente concluye su llamada la comunicación en la mesa se reanuda.
Hasta este punto el daño parece mínimo, pero Bauman va un paso más allá y se atreve a pronosticar situaciones equivalentes en el futuro. En ese futuro distópico todos los miembros del grupo en la mesa cuentan con un dispositivo de comunicación móvil que les permite estar conectados a sus redes habituales de comunicación. Toda la familia atiende a una actividad conjunta en el que la proximidad no importa, todos descuelgan su teléfono móvil e interrumpen los vínculos de comunicación tradicional. Y diréis “ya sí, claro, como si no hubiésemos visto suficientes películas de cyborgs”.
Caso 1: En ‘Hijos de Los Hombres’ (Alfonso Cuarón, 2006), el personaje de Clive Owen y su hermano comen juntos en torno a una mesa en un futuro Londres sumido en el Apocalipsis. El sobrino de Owen está comiendo en la misma mesa mientras navega por la red por medio de un horripilante sistema de hologramas y está sumido de lleno en ese espacio virtual, ajeno a cualquier estímulo comunicativo que le rodea.
Caso 2: Hace poco en el aeropuerto de Mallorca, una familia alemana comía en torno a la mesa de un Burger King. Allí, delante de mis ojos, se recrea la imagen pronosticada por Bauman siete años atrás. A pesar de que los padres no hacen un uso continuado de la electrónica (se dedican a la lectura de prensa y llamadas de teléfono esporádicas), sus hijas, ya crecidas, son incapaces de despegarse de sus Blackberry, desde las que chatean compulsivamente. Nadie en la familia parece advertir la presencia del otro y ninguno de ellos establece comunicación con el otro, considerando siempre al ‘otro’ como la persona del grupo junto a la que nos encontramos.
Caso 3: Ayer quedé a ver la final de la Champions con personas hacia las que guardo un afecto especial. Probablemente todos debían tiempo a sus tareas, y me parece una bendición del progreso que puedan realizarlas en cualquier momento y lugar, pero hubo una imagen que hubiera congelado para el análisis. De las 6 personas allí presentes, en torno al televisor, mesa de salón, litrona de cerveza y patatas de bolsa, el cincuenta por ciento mantuvo la vista clavada en sus ordenadores portátiles durante el tiempo que duró el partido. La presencia biológica de seis seres humanos se sintetizó en la interacción comunicativa de sólo tres de ellos.
En algún momento de nuestras vidas creo que todos temeremos a algún aspecto del progreso, confío en ello. Creo que este temor no es especialmente precoz pero sí que nos puede distanciar a algunos ligeramente de la tendencia comunicativa de los demás. Pero no me he molestado en escribir y publicar esta retahíla de insensateces, seguro que alguien me puede rebatir mis argumentos y lo espero, para que conocierais mi posicionamiento hacia esta situación. Más bien os invito a un ejercicio de reflexión: invocad vuestros ideales de comunicación y materializarlos en vuestra imaginación. ¿Concuerdan esos ideales con la tendencia actual? ¿En caso de no hacerlo, pensáis que esta situación es pasajera? ¿Creéis que conllevará conflictos importantes?
Caso 4: Las sit-coms. Desde hace poco tiempo he descubierto en estos formatos ideales de relaciones humanas. Esta mañana veía Friends y admiraba la capacidad de interacción entre ellos. Ninguno dejaba inadvertida la presencia del otro, obviamente como un recurso del discurso narrativo por parte de los guionistas. Pero hace tiempo que mis padres me advirtieron sobre el peligro de creerse las cosas que salían el la tele (y mucho menos las que salían hace años en la tele). Pero dejando de lado este sentimentalismo, empieza a causarme cierto rechazo el observar a una persona comunicándose con otros por medio de un dispositivo móvil.
Y creo que el escribir esto me ha ayudado a averiguar qué es ese sentimiento negativo: son celos del resto de interlocutores. ¿Quién puede competir contra un ‘amigo’ como Facebook, amigo de amigos? Pues Facebook me cae malamente, es el típico listillo con el que todos se llevan mejor que contigo y siempre es mejor que tú, y siempre tiene juegos más divertidos que los que tú tienes que proponer. Me cago en Facebook.
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